Mascarada // Algún Híbrido.

Nunca mencioné cuánto me gusta el teatro interpretativo donde los espectadores también participan. Me encontraba en la platea superior, esa que sólo los ricos y podersos pueden alcanzar, mi vestido, de color crema se expandía como una nube de organza en todas las direcciones, cubriendo la sobredecorada banca donde estaba sentada. También había una máscara a mi lado, junto a un jarrón con una rosa dentro, propiedad del teatro.

La función comenzaría en cuestión de segundos, me transporté al sillón, más grande y cómodo y sentí cómo el vestido se doblaba en perfecta secuencia bajo mi peso. Una sonrisa cruzó mi rostro al oír la primera tecla del piano sonar ¡sí que iba a ser una buena noche! Me relajé, tratando de que el voluminoso tocado no se arruinara, aunque por mi naturaleza sabía, nada iba a pasarle.

-..Y comienza el acto -dijo el director de la obra, simultáneamente, otra mirada cruzó mi rostro, también sentí una presencia ¿qué hacía un híbrido por éstas partes? Mi postura se tensó, ya se me había aguado la velada.

No estaba, estoy o estaré de acuerdo con la guerra, coincido con que las cosas deben mantenerse en equilibrio, algo de maldad, algo de bondad y algo intermedio, eso mantiene las cosas bien. Además, Jared nunca me había agradado, su sola mención hacía que de mi boca se escapara un bufido. Jared me causaba aburrimiento, me aburría que pretendiera sumisión en todos los de su especie. Pero, volviendo a mi adorada platea, un híbrido estaba en la sala y me sentía incómoda, muy incómoda.

Su perfume llegó a mí en sutiles hilillos desde el asiento principal de la platea, ese dedicado a patriarcas, reyes y ¡oh, vaya, usurpadores de trono!, describí una mueca bastante pronunciada, parecía haberlo llamado con el pensamiento o algo parecido. Negué con la cabeza cuando sonó el click imaginario de la cerradura divisoria entre lo que era mío y lo que veían los demás. Ésta vez sonreí, Jared estaba hurgando en mi mente sólo un poquito, queria hacer notar su presencia.

-Gracias, gracias -pensé con una impresión de sarcasmo- Podría decirse lo mismo de tí, híbrido con delirios de grandeza -volteé mi cabeza, para regalarle toda mi bufona sonrisa, radiante en la semioscuridad del lugar. Luego, volví la vista a la obra-

Pese a que le detesto a medias, nuestra relación es un poco más que mera cordialidad. Jared tiene la capacidad de atraer a las personas con el habla, con sus movimientos, tiene la elegancia que la vida de realeza proporciona. Y eso me resulta endemoniadamente atractivo. Llevé una mano a la nuca, acomodando los rizos a medio hacer que me acompañaban esa noche, me molestaba que cayeran sobre mi hombro. Ya no quería prestar atención a la obra, a la gran mascarada. En mi mente, una debacle -entre cerrar mi mente al híbrido y dejarla abierta, prestando atención al escenario- había comenzado.

Sonreí a medias, semi halagada por su corta frase, pronunciada como un caramelo que endulzaba las palabras, ignoré la posibilidad de resppnderle y seguí viendo la obra, aburrida en comparación de la animosidad con que los promotores habían repartido los panfletos. Bufé y el caro chifón crujió bajo mi cuerpo, justo como lo hizo el nexo que había establecido Jared entre mi mente y la de él. Un mozolete de la sala nos estaba ofreciendo algo de beber, vino tinto estaría bien para mí, pero, si el mozo se acercaba lo suficiente al híbrido unos asientos lejos del mío, se convertiría en la bebida oficial para el aburrimiento de Jared Owen. Cuando éste hubo hecho marchar al mozo, volvió a entrar en mi mente, yo no opuse resistencia alguna; quería en parte seguir escuchando todo aquello que me decía, mi sentido de la vanidad es demasiado grande para desperdiciar una sesión de piropos al estilo 1600.

-¿Me estás usando como diversión, híbrido? -pregunté, consciente de la falsa frialdad impresa en mis palabras, deseaba más bien reír ante aquella situación tan graciosa-

Abajo, en el escenario, tocaba el turno de una mediocre actriz de dar un grito, pobremente ejecutado y opacado por la única buena cosa que había en aquella puesta en escena, la música. Sonreí cuando ésta calló por completo las quejas de la intérprete y también el sonrojo infundado llegó a mi cuello, mofándome secretamente de la sonrisa que me había dirigido el pelinegro.